Sin miedo ni esperanza

Y de repente vuelves del infierno
con un traje de noche impresionante
que recuerda al que Dale Arden se puso
cuando Ming el cruel fue derrocado.
Y nos miramos a los ojos como
si fuese el primer día de la Historia.
Y bailamos, mejilla con mejilla,
trasladados a un mundo sin mañana
y sin ayer, ardiendo en una hoguera
de plenitud, como ángeles rebeldes
que al final se han salido con la suya
perdiendo la batalla, como sobras
que, en la victoria del amor, se dicen
en silencio, sin miedo ni esperanza,
las palabras que nunca se dijeron.



Luis Alberto de Cuenca
Sin miedo ni esperanza
Visor Libros, 2002

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